José Luis García Aguado (El Varas) nació en Coca (Segovia), un 3 de junio de 1942. Desde muy joven, su destino parecía tallado entre virutas de serrín y lápices de dibujo. “A mí no me gustaba nada más que el dibujo y la madera.”, recuerda. A los 11 años y medio ya trabajaba de ayudante en una cerámica, y por las noches se formaba en carpintería con don Emilio, quien supo ver en él un talento especial.
Antes de los 18 ya había cruzado la frontera hacia Francia, como muchos jóvenes de su generación, buscando un futuro mejor. Su primer contrato fue en la fábrica de automóviles Simca. Allí no sólo aprendió de máquinas y precisión, también vivió momentos únicos. “Trabajaba cerca del hospital donde el Doctor Barnard hizo el primer trasplante de corazón. Me cortaba muchas veces las manos y me decían: vamos a tener que ponerte una cama aquí”.
Más tarde, Bilbao fue su nuevo destino. Allí se introdujo de lleno en el mundo de la carpintería y, por azares del oficio, conoció a un cliente de Arnedo que lo convenció para iniciar una aventura en Igea. Era febrero de 1982.
'Construyendo' Hersanz
José Luis, con décadas de experiencia, pasión y talento, acabaría siendo el pilar sobre el que se levantaría Muebles Hersanz, una de las empresas de muebles más importantes de la zona.
Sin apenas dinero —“lo poco que traje de Francia lo gasté en amueblar el piso y comprar un coche”—, empezó solo haciendo complementos de cocina. Poco a poco, fue formando un equipo, enseñando a otros desde cero.
“Yo entré a trabajar solo”, recuerda con naturalidad. “Cogí a uno, cogí a dos... cogí a tres. Les enseñaba”. Así empezó una historia de crecimiento constante. Bajo su batuta, la carpintería y la empresa fue tomando forma y fuerza, hasta llegar a tener 500 trabajadores al momento de su jubilación 25 años más tarde.
De sus manos al mundo
José Luis no solo era el encargado. “Hice toda la carpintería de la fábrica”, afirma. Las puertas, los diseños, la selección de maquinaria… todo llevaba su firma. “Las máquinas las compraba yo. Raúl nunca me puso pegas. Y también diseñaba. El 90% de las puertas que salían, las había dibujado yo”.
Su presencia era esencial “Cada dos por tres, José Luis al teléfono. Me tocaba subir porque no había otro medio. Cuando un cliente quiere algo especial, quiere hablar con alguien que entienda”.
Reconocimiento
La calidad de los productos no pasó desapercibida. Hersanz, amparado por su técnica estuvo presente en ferias internacionales, Roma, Inglaterra... “Lo más lógico cuando íbamos a las ferias era que me copiaran”, dice entre risas, sin resentimiento.
Pero no se quedó ahí. Más tarde, con el mismo empuje, intervino en el montaje de otra fábrica en Fitero. “Más fina, más estética, con más posibilidades”, asegura. Allí, con un equipo reducido de apenas una docena de obreros, José Luis continuó con su labor diseñando en secreto uno o dos modelos, y mostrándoselos a los propietarios Raúl o Rubén cuando estaban listos.
Pasión que no se jubila
Aunque oficialmente retirado, José Luis nunca ha dejado su oficio. Se ha montado un taller en casa, con sus propias máquinas. “Ahora estoy haciendo unas sillas especiales. Una para mi mujer, para lavarse los pies, otra para mi hijo que toca la guitarra… y una para cada hijo”.
También fabrica bolígrafos, plumas y lapiceros de madera personalizados. “Me entretengo con estas cosas. ¿Qué quieres que haga?”, comenta entre risas. Para él, el trabajo bien hecho es el mejor pago: “Un trabajo primero me tiene que gustar a mí. Si me gusta, entonces creo que sí se puede vender”.
Un igeano más
De la fotografía a la música —su padre tenía un pasodoble, y él también es músico—, José Luis se define como “igeano” de pleno derecho: “Como dice el refrán: ¿de dónde soy? De donde pace el burro”. Vive tranquilo en Igea, rodeado de hijos, nietos y recuerdos. “Mi nieta, que es ingeniera, me dijo un día: ‘Yayo, cuéntame tu vida’. Pero si te la cuento entera… hay para rato”.
Y lo deja claro, con una sonrisa afilada como un formón:
“Yo no monto un mueble de IKEA ni borracho”.