La figura de Juan José de Ovejas y Díez al estilo del siglo XVIII ya luce en un mural de 10,5 metros de altura pintada por Carlos Corres.
Juan José de Ovejas ordenó construir un gran palacio en Igea tras amasar una enorme fortuna en América Este noble, a caballo entre los siglos XVII y XVIII, fue militar, corregidor, comerciante y terrateniente.
Juan José Ovejas y Díez emigró muy joven a América, donde logró ascender militar, económica y políticamente, llegando a ser nombrado corregidor de San Marcos de Arica, puesto que le proporcionó una inmensa fortuna gracias al control de las minas de plata, el comercio y de las haciendas agropecuarias. Finalmente volvió a España en 1723, se instaló en su pueblo natal, Igea, dónde adquirió grandes extensiones de tierra y construyó el palacio que le daría fama. Gracias a esta posición social y económica, en 1731 el rey Felipe V le concedió el Marquesado de Casa Torre.
Nacido en 1682 en Igea en una familia de escasos recursos, los Ovejas habían perdido el estatuto de hidalguía, al no poder probarlo en la Real Chancillería de Valladolid y sus miembros pasaron a integrar el estado de los pecheros, es decir, de pagadores de impuestos. Juan José emigró primero a Cádiz y luego, en 1702, con 20 años de edad, al continente américano.
Su retorno a Igea propició la construcción del soberbio palacio, hoy imagen distintiva de la villa, que concluiría en 1729. Con esta residencia, espléndidamente equipada con muebles o vajillas, y con el privilegio eclesiástico de disponer de oratorio privado, Juan José de Ovejas alcanzó un alto estatus económico y social, el modo de vida de la nobleza tradicional.
Demostrada su hidalguía -su padre la había obtenido en 1730-, y alegados los preceptivos méritos -entre ellos su tarea caritativa en Arica-, el Rey le despacha el marquesado de Casa Torre. Pero poco pudo disfrutar del título por el que luchó toda su vida ya que moriría en mayo de 1732, apenas un año después.
Palacio del Marqués de Casa-Torre y un detalle posiblemente de Juan José Ovejas y Díez. Fotos: Ricard Fadrique