Vista de Turruncún. Foto: Ricard Fadrique
Hay lugares que desprenden una mezcla de magia, misterio y belleza a partes iguales. Este es el caso de Turruncún, un ejemplo de los muchos (Cada vez más) lugares despoblados repartidos por España. A tan sólo 20 km de IGEA, sus ruinas, se elevan a casi 900 metros de altitud sobre el nivel del mar, y aparecen fantasmagóricas junto a la carretera que lleva a Arnedo.
En lo más alto, destaca la torre de la Iglesia de Santa Maria cuyo origen data del siglo XV y fue evolucionando hasta consolidar el edificio parroquial final, que hoy perdura. De aspecto mudejar todavía reconocible el coro, la sacristía y la capilla principal se unen a los de una galería a dos alturas. El subsuelo del pueblo cuenta con pequeñas despensas y bodeguillas en desuso.
De Turruncún llama la atención su nombre. Según cuenta la novela “La Piel”, (Marta Santos):
A Turruncún el nombre le viene de hace muchísimos años, de cuando los viejos del lugar se juntaron en la punta del pico Isasa y se pusieron a pensar en qué nombre ponerle al pueblo. Y entonces una vieja dijo: “pues a lo que diga la piedra”. Arrojaron un canto por el Isasa y, mientras iba rodando, la piedra decía: “turrún-turrún” y cuando pegaba en los entrantes decía: “cún-cún”. Y por eso le pusieron Turruncún.
Vistas de Turruncún Fotos: Ricard Fadrique
Aunque lo más probable es la versión del lingüista riojano Merino Urrutia, quién documenta que la toponomia real de Turruncún proviene de “Iturri” (fuente en vasco).
Turruncún, en su apogeo, reunió a alrededor de 300 habitantes los cuales nunca dispusieron de agua corriente ni luz. Sus gentes se dedicaron mayormente a la minería aprovechando las minas de carbón de esta zona. Cuando estas se clausuraron, comenzó el declive.
El 18 de febrero de 1929 Turruncún fue el epicentro de un terremoto de 5,1 grados de intensidad y pocos años después, la Guerra Civil se cebó en Arnedo, a tan sólo 11 km de Turruncún, marcando el comienzo del fin del pueblo.
En los años 60 los habitantes ya no llegaban al centenar y, aunque se contruyó una escuela, la «señorita Tomy» (como la conocía todo el mundo en el pueblo) fue la maestra aunque apenas tuvo niños a los que enseñar.
Ya en 1975 tres personas tuvieron el dudoso honor de cerrar su historia, un joven hippie cuyo proyecto de comuna fracaso, un anciano que se negó a marcharse y un pastor que aprovechaba las ruinas para guardar el ganado.
Turruncún es hoy en dia parada obligatoria. Entre la Iglesia y la Ermita, a escasos metros del pueblo, existe un merendero que viajeros y senderistas lo aprovechan para tomar como punto de partida para recorrer su entorno coronado por la Peña Isasa (1.472m) ya que desde su cima se puede divisar la depresión de Arnedo y la sierra de Peñalmonte.
EXCURSIÓN
Desde Turruncún, con un desnivel de 580 m. caminando y en unas 3h.15’ (1h.50’ de ascensión) podemos acceder Peña Isasa, «que muchos la ven y pocos la pasan», como afirma el dicho popular.
La mayor parte de la zona está cubierta por matorral mediterráneo con romero y sabina mora. Los bosquetes de encina, los campos de almendros, la sabina mora y las repoblaciones de pinos completan el paisaje.
En cuanto a la fauna del lugar, destacan el búho real y el buitre leonado así como rapaces como el águila azor-perdicera, el alimoche, el águila real y el halcón peregrino.
Una excursionista pasea delante de la Iglesia de Turruncún Foto: Ricard Fadrique