La plaza de Igea se vistió de emoción y olés. La exhibición de cortes arrancó fuerte, con vacas de la ganadería Gracia Blasco que hicieron sudar a los más valientes. Entre ellos, un recortador local que se ganó al público con su arte y su desparpajo. Saltos, quiebros y ese “¡ay madre!” que se escuchaba cada vez que la vaca rozaba llos valientes.
Y como en Igea la fiesta siempre tiene un puntito de humor, después tocó la clásica suelta de becerra para las peñas. Allí, entre risas, carreritas y algún que otro revolcón amistoso, quedó claro que las cuadrillas no solo saben de charangas o barra libre: también se atreven a probar suerte en la arena. Una de ellas, la última tenía que ser, quiso empadronarse en Igea y, a pesar del Buey manso que salió repetidas veces a por ella, persisistió una y otra vez en su negativa a marcharse del pueblo...
A última hora, quedó suspendida las Bombas Japonesas pero la Fiesta no decayó y la charanga Wesyké puso el resto: música, ritmo y ese toque de desmadre festivo que convierte cualquier esquina en una pista de baile.
La traca final llegó con el mejor combustible de las fiestas: el zurracapote. Esta vez, la cuadrilla de DKL se puso manos a la obra y repartió vasos a diestro y siniestro. Dulce, fresquito y de trago fácil… vamos, que no quedó ni gota.
Porque el sábado de Peñas igeano es, sin duda, un cóctel perfecto: vacas, música, luces, niños felices y adultos con el vaso en alto.