Entre semana, se le suele ver en los hospitales Viamed de La Rioja, donde es coordinador de mantenimiento. Pero en cuanto puede, Víctor Navas cambia el ruido de las máquinas por el sonido de los cencerros en la Sierra de Alcarama. Allí, en los montes de Igea, comparte ganadería con su hijo Aarón, que ha tomado el relevo y gestiona el día a día de una explotación que mezcla tradición, innovación y mucha pasión.
De pronto, esas fotos quietas se mueven, respiran, parpadean… y parece que vuelve a oler a leña, a vendimia y a ropa tendida al sol.
Los muros hablan, las calles recuerdan y el pueblo de entonces se asoma al de ahora para guiñarnos un ojo y decirnos:
“Eh, no os olvidéis de dónde venís… que aquí empezó todo.”
Algunos ya no están, otros hoy peinan canas y arrugas bonitas, pero aquí vuelven todos a juntarse en la misma “pantalla”, como si el tiempo se hubiera parado un ratito para nosotros.
De aquellas fotos quietas en blanco y negro salen, de repente, trompetas, bombos y risas. Un pequeño milagro: las bandas, músicos y charangas que animaron la Igea del siglo XX vuelven a caminar por las calles de Igea, a tocar en la plaza, a poner banda sonora a las fiestas de nuestros abuelos y de nuestros padres.
Hoy volvemos a aquellas bodas de la Igea del siglo XX, cuando casarse era casi una fiesta mayor para todo el pueblo. Novios con traje oscuro y nervios a flor de piel, novias con velo y sonrisa tímida, madrinas elegantes, niños correteando entre faldas y chaquetas… y la iglesia y las calles llenas hasta la bandera.