Paseando con Pedro Sáez-Benito Abad

Primera traida de aguas al pueblo de Igea

Los senderos del agua, ruta n.º 6
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Hasta “antes de ayer” no hubo agua corriente en las casas de Igea. Todos nuestros antepasados, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, tuvieron que ir con el cántaro a la fuente a por el agua con la que llenar las tinajas de sus casas. Bueno, en realidad a las fuentes de Igea solo hasta “anteanteayer”, porque las fuentes de la Placetilla primero, y de San Pedro Mártir y el Pontarrón después, solo hace un siglo, aproximadamente, que se instalaron gracias a la traída del agua desde la fuente del Hierro de Valdesotillo

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            Y es que el agua es un recurso vital para la vida de personas, animales y plantas, aunque hoy no le demos toda la importancia que tiene gracias a que nosotros hemos nacido con una infraestructura de abastecimiento urbano y agrícola que nos proporciona una calidad de vida jamás soñada por los igeanos de hace más de un siglo.

            Imaginemos solo por un momento tener que hacer nuestras necesidades en el corral aledaño a la casa por no disponer de inodoro, ni agua corriente para asearnos, fregar, cocinar. Imaginemos a las madres de antaño con una recua de hijos, sin pañales desechables de “pon, quita y tira”, teniendo que bajar al río a lavarlos, reutilizarlos y vuelta a empezar. Hasta hubo una vez un hortelano del “Rincón” que le dijo a una de aquellas luchadoras y abnegadas madres: “vas a rebajar el camino de tanto subir y bajar a lavar al río”.

            Así malvivieron nuestros ancestros hasta que, hace sólo cien años, se trajo el agua desde la fuente del Hierro, situada a unos dos km del pueblo en el fondo del barranco de Valdesotillo, junto a la carretera de Grávalos, poco antes de llegar al corral de la Media Legua, entre la sierra de Palallana y la Dehesa. Se instalaron las fuentes antes mencionadas y pocos años después se construyó el depósito viejo, el situado debajo de la acequia de La Cabaña en el camino de Santa Ana, con cuyas aguas también se llenaba cuando era posible, para así disponer de más reservas (sobre el techo del depósito, aún se pueden ver restos de la verja que protegía la vieja estación meteorológica de Igea, allí instalada en los años 60).

            

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El agua llegó hasta el pueblo mediante tuberías de hierro, arquetas y un gran sifón que cruza   el río (bajo el cemento que se ve aguas arriba de la pasarela de la Iglesia). Aquella primera traída de aguas tuvo que suponer para Igea un gran avance, especialmente para las mujeres que llevaban siglos y siglos porteando cántaros de agua, uno sobre su cabeza y otro sobre su costado, y que habían llenado previamente en el río o en la acequia “Lijo” (o del Hijo, según las fuentes), ¡QUÉ FATIGAS!

            Para recorrer este sendero del agua podemos partir desde Igea en busca de la carretera de Grávalos. Después de subir las primeras y empinadísimas cuestas de la misma, dejaremos el corral del Hueco a nuestra izquierda y el del Torino a la derecha. Cuando lleguemos al falso y serpenteante llano de la carretera, la suavidad de la pendiente, la fragancia del romero, el verde oscuro de los olivos y el más claro de los pinos de la Dehesa, nos llevarán en volandas hasta el fondo de este singular paraje. Justo antes del inicio de una pronunciada curva en cuesta, nos desviaremos hacia el fondo del barranco y a unos 50 metros veremos una vieja arqueta de cemento en cuya interior brota el agua ferruginosa que ha manchado las paredes de rojo por la gran cantidad de sales de hierro disueltas en la misma. Una tubería de polietileno incrustada en el cemento conduce el agua hasta el abrevadero que hay junto al corral del Torino.

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             Después de admirar la belleza de este “manantial de hierro”, regresaremos por la carretera   en dirección a Igea. Bajaremos echando el freno por la cuesta más empinada de la carretera y, después de una curva a la derecha, cogeremos el camino del Calvario a nuestra izquierda. Llanearemos entre imponentes olivos centenarios y subiremos hasta la loma del monte llamado La Horca, el que “mira” al pueblo, y, a vista de pájaro, disfrutaremos de unas panorámicas sin igual. Bajaremos por la cresta de dicha loma y pronto nos encontraremos con una gran arqueta cilíndrica con sus paredes manchadas de óxido de hierro y dos tuberías de hierro, una que procede del manantial, de menor diámetro, y otra encaminada hacia el pueblo de una sección mucho mayor.  Desde la mencionada arqueta parte un gigantesco sifón que cruza el río a la altura de La Plazuela y sube bajo tierra por la ladera norte del pueblo hasta desahogar en el depósito viejo. Bajaremos del monte en busca del camino de La Serna y éste nos devolverá al punto de partida.

            De esta forma habremos recorrido un sendero del agua mágico porque en su día supuso que la magia brotara en forma de agua por las fuentes de Igea.


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