Igea es un pueblo con un gran patrimonio civil y religioso. No es muy frecuente que un pueblo pequeño tenga, además de su iglesia parroquial, cuatro ermitas diseminadas por el campo. San Roque se suma a sus compañeras del Villar, El Pilar y Santa Ana en un lugar recóndito, escondido, rodeada de chopos de ribera y campos de olivos centenarios, allí donde se abrazan el arroyo del Reajo y el río Linares, sobre los restos de una antigua fortaleza posiblemente celtíbera.
Construida hacia el siglo XVI con mampostería y sillarejo, es de una sola nave de tres tramos y cabecera rectangular con pilas toscanas, techo a dos vertientes y bóveda de lunetos en la cabecera. A los pies de la ermita un arco de piedra de medio punto da acceso al interior, sobre cuyo paramento se sitúa una sencilla espadaña de ladrillo de un solo hueco donde se apoya la campana que el 16 de agosto de cada año anuncia a cofrades y romeros que es un día de fiesta, que es el día de San Roque.
En el testero se hallaba un retablito de dos cuerpos en tres calles con baluastres y grutescos, de estilo manierista (siglo XVI) con pinturas del perro robando alimentos para llevárselos a San Roque, éste en su retiro, dando sus vestiduras, sanando apestados,… Este retablo era el mejor tesoro del lugar hasta que la banda del mayor ladrón de arte religioso de todos los tiempo, Erik “el Belga”, lo robó a finales de los años 70 del siglo XX nada más terminar las obras de rehabilitación de la ermita y de poner una puerta nueva. El ladrón pagó en la cárcel por este y otros muchos espolios, pero desgraciadamente nunca devolvió lo sustraído “por amor al arte”. Hoy adornará alguna estancia de algún palacete de algún adinerado americano o de cualquier lugar del mundo, pero ningún romero, ni mucho menos cofrade lo visitará ni rezará el día que le corresponde, el 16 de agosto, día de San Roque. Los cofrades compraron un nuevo santo al que sí rezan y honran como merece.
San Roque, cuyo significado es “Fuerte como una roca”, era natural de Montpellier, 1.295-1.348, hijo del gobernador de la ciudad. Se quedó huérfano a los 20 años, vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y decidió peregrinar a Roma. En aquellos años se desató una gran epidemia de peste que provocó gran mortandad en toda Europa. A él le pilló en Italia, lugar donde se dedicó a curar y atender a los apestados. La tradición dice que los curaba con solo hacerles la señal de la cruz. Finalmente, en la ciudad de Piacenza. él también enfermó. Se arrastró a las afueras de la ciudad para morir sólo y no contagiar a nadie, pero pronto apareció un perro que le traía trozos de pan en su boca. El dueño del perro, al observar el comportamiento del animal, decidió seguirlo, decubriendo así lo que estaba haciendo por San Roque. Lo acogió en su casa hasta que terminó su curación. San Roque continuó su gran labor curando y cuidando a los apestados. Fue canonizado por el Papa en el año 1.629.
San Roque es patrón de numerosos pueblos y ciudades y se le venera en todo el mundo, también en Igea, donde hace siglos se formó la Cofradía que honra a su patrón todos los 16 de agosto con una misa en su ermita, a la que acuden numerosos igeanos caminando desde el pueblo, haciendo una pequeña romería de dos kilómetros. Es una fiesta muy entrañable porque la mayoría de los cofrades se suceden de padres a hijos, generación tras generación. A las nueve de la mañana el cura oficia una misa, tras la cual, el cofrade mayor de ese año invita a sus compañeros en la sacristía a tomar un café y unas viandas que también se hacen extensivas a los romeros que lo deseen en la explanada que hay junto a la ermita, todo ello amenizado por los músicos locales de “la Abuelita”. Es especialmente emotivo escuchar el himno del “Silencio” interpretado por Angel “El Caracolito” con su trompeta para honrar y recordar a los cofrades fallecidos. Esta es una cofradía viva, formada por 19 personas que se sienten orgullosas de formar parte del grupo. El secretario de la Hermandad informa a todos de las cuentas y actuaciones del último ejercicio, todo ello anotado en un libro incunable con los apuntes de los números y los listados de los cofrades desde el año 1.847.
Las últimas mejoras han sido la instalación de una fuente tallada en piedra campanil por el cofrade Ángel González y la plantación de árboles alrededor de la explanada.
Próximamente los cofrades quieren instalar una mesa de obra fija en el exterior para servir en ella el refrigerio al que se invita a los romeros tras la misa.
Texto: Pedro Sáez-Benito Abad