Al mediodía, Igea se paró para rendir homenaje a su patrona. La Virgen del Villar volvió a recorrer las calles en procesión, envuelta en devoción, aplausos y ese pellizco de emoción que solo se siente cuando todo un pueblo camina unido detrás de su Virgen.
Las campanas de la Iglesia de la Asunción marcaron el inicio de un recorrido que llenó de solemnidad cada rincón, con balcones engalanados y pañuelos festivos ondeando al viento. Acompañando a la imagen, el grupo de danzas Villa de Igea puso la guinda perfecta: pasos firmes, trajes coloridos y ese arte tan nuestro que arranca sonrisas y lágrimas al mismo tiempo. Sus bailes, al ritmo de la tradición, fueron la mejor ofrenda a la Virgen, mientras los cánticos de los auroros y las voces del pueblo creaban un ambiente que ponía la piel de gallina.
La procesión desembocó en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, donde se celebró la Misa Mayor, momento cumbre de la mañana festiva. Allí, entre plegarias, abrazos y miradas al cielo, Igea renovó su promesa de fe y cariño hacia su patrona.
Fue una mañana de esas que se graban en la memoria, de esas que mezclan raíces, orgullo y tradición. Porque en las fiestas de Igea, la Virgen del Villar no solo baja en procesión: baja también al corazón de cada igeano.