FOTOGALERÍA ÚLTIMO DIA DE FIESTAS
Hay domingos que huelen a despedida desde que amanece. Hoy, en Igea, el calendario nos guiñó un ojo y dijo: “hasta aquí”. Y nosotros, testarudos pero de lágrima fácil, nos agarramos a la última chispa de fiesta como quien sujeta el pañuelo al viento. El octavo y último encierro bajó por la Calle Mayor con las reses de Merino Gil de Marcilla (Navarra), nobles y con chispa, apurando las carreras como si también ellas supieran que ya no quedaban más balas en la recámara. Zapatillas que frenan, respiraciones en sincronía, y ese murmullo que mezcla respeto, emoción y el inevitable “ya se acaba”.
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Luego la Wesyké, que es como el latido de este pueblo cuando se pone de fiesta, volvió a coser esquinas con pasodobles, cumbias y sonrisas. La charanga tiró del hilo de la tarde para que no se nos deshiciera el jersey de los recuerdos: del Pontarrón a la Placetilla y a la Plaza un viva aquí, otro viva allá, abrazos que prometen verse “mañana… bueno, el año que viene”. Porque en Igea sabemos alargar la vida útil de un domingo cuando hay ganas y música.
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Y cuando parecía que el chicle ya no daba más de sí, la plaza Pedro María Sanz Alonso se plantó seria, de raíz, con esa elegancia antigua que solo sale de lo verdadero. Entró la Escuela de Jotas Camino Martínez de Tudela y acmpañó las despedidas de vecinos y familiares con voces que suben como cometas y dibujan memoria. Fue un “carpetazo” con cariño, de los que cierran un libro dejándote un dedo dentro por si quieres releer el último párrafo.
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Había ojos brillando, no por la hora ni por el fresco, sino por ese pellizco dulce de “qué bien lo hemos pasado” y “qué rápido se ha ido”. Las peñas, con las camisetas ya vividas, parecían álbumes de cromos: manchas de zurracapote, arena pegada, fotos en el móvil que mañana serán historias y pasado mañana, nostalgia. Los críos, aún con voz de verbena, practicaban mini-cortes imaginarios en la acera; los mayores asentían despacio, ese gesto que dice “otra vuelta al sol y seguimos”.
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Se barrerá la plaza, se bajarán banderines, y la charanga guardará sus partituras como quien guarda un tesoro. Pero queda lo importante: el runrún en el pecho, la promesa de volver a levantar la mañana con auroros, de volver a subir a la Virgen del Villar, de repetir la ruta de bares que ya casi sale sola, de reencontrarnos con los que vuelven “solo por fiestas” y se quedan un ratito más.
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Mañana tocará rutina, sí. El “buenos días” con voz de lunes, el café sin prisa de fiesta. Pero en las suelas nos quedará arena, y en los bolsillos, algún confeti huérfano que se resistió a despedirse. Eso es Igea: un pueblo que sabe celebrar y sabe recordar. Un pueblo que te acompaña hasta la puerta, te da dos besos, y desde la ventana todavía te grita: “¡Nos vemos pronto!”
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Se acabaron las Fiestas Patronales de la Virgen del Villar de Igea. Y, sin embargo, siguen un poco aquí, en cada esquina y en cada canción que hoy tarareamos bajito. Hasta el próximo septiembre... o Mayo, Igea.
Que la vida nos pille otra vez con ganas.