​Sor Encierro: la monja que le pide a Dios... y corre que se las pela

La ladrona de sonrisas
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Se levanta a las seis para rezar, pero cuando pisa Igea, su pueblo del alma, cambia el hábito por zapatillas de correr. Elsa Bermejo es la religiosa más cañera de La Rioja, una mujer que demuestra que se puede tener un pie en el convento y otro en el burladero.


Hay gente que tiene una doble vida, y luego está Elsa Bermejo Martínez, que tiene una vida única y alucinante. De lunes a viernes (y fines de semana, y festivos) es una religiosa dominica entregada a la oración en su convento de Alcalá de Henares. Pero cuando llegan las fiestas de Igea, se quita el velo, se calza unas buenas deportivas y se convierte en lo que los jóvenes del pueblo han bautizado con un acierto total: "Sor Encierro".


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Y es que, para entender a Elsa, hay que viajar a Igea, el pueblo riojano que la vio crecer. Aunque nació en Ezcaray, ella lo tiene claro: su corazón es igeano. "La infancia aquí fue fenomenal, éramos felices con cuatro cosas, disfrutando de los campos", cuenta con una sonrisa en la voz. Esa conexión es tan bestia que hasta le hizo una promesa a su padre antes de morir: cuidar y mantener unida la casa familiar. Un lazo de hormigón armado.


"¡Hasta que me pillaron, claro!"

Lo de la fe no fue un arrebato de madurez. A Elsa, Dios le hizo la primera llamada cuando era una renacuaja. "La sentí siempre, desde muy pequeñita, con 7 u 8 años en la catequesis", recuerda. Y ya apuntaba maneras de ser un espíritu libre. ¿Una anécdota? Siendo una cría, le dio por comerse a escondidas la mitad de las hostias consagradas para obligar al cura a abrir el sagrario y cotillear qué había dentro. ¡Una auténtica revolucionaria!


"Ingresé con 36 años, ya era independiente y tenía trabajo fijo, pero sentí la llamada fuerte de Dios".

Eso sí, los caminos del Señor, como ella misma dice, a veces tienen más curvas que una carretera de montaña. No colgó los vaqueros por el hábito hasta los 36 años, cuando tenía la vida más que resuelta. Pero la llamada fue de las que no puedes poner en espera. Tras un tiempo de dudas, sintió que su sitio estaba en Alcalá, y allí sigue desde 2001.


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El lío del hábito y la solución más lógica del mundo

¿Cómo se come eso de ser monja y correr encierros? Para Elsa, es pan comido. No hay conflicto, no hay drama. Es ella, y punto. "Conciliar mi pasión taurina con la fe no me supone ningún problema, todo va unido. Es parte de mi personalidad".

Claro que, al principio, ver a una monja con su hábito dándolo todo en la carrera generó un buen revuelo. Hubo llamadas de protesta al convento y la cosa se puso un poco tensa. ¿La solución? Pura lógica. Sus hermanas de comunidad, que la conocen y la quieren, le dieron el permiso para que, durante las fiestas, se vistiera "de paisano". Y oye, mano de santo. Se acabaron las polémicas. Ahora corre más cómoda y nadie se escandaliza.

Su día a día en el convento es la otra cara de la moneda: se levanta a las 6 de la mañana, enlaza rezos, misa y oración hasta la hora de desayunar y luego se dedica a cuidar de la huerta. Un remanso de paz que carga las pilas para la adrenalina de los encierros.


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"Hasta que el cuerpo aguante"

Cuando le preguntas a Elsa qué la hace volver cada año, te habla de la Virgen del Villar, del himno que le "llega al corazón" y, cómo no, de ver al pueblo entero vibrando en la Calle Mayor. Es pura pasión por sus raíces.

Y en esa pasión, no hay fecha de caducidad. ¿Hasta cuándo se ve corriendo delante de las vacas? La respuesta es tan rotunda como ella misma: "¡Hasta que el cuerpo aguante!".


Así que, si un día pasas por las fiestas de Igea y ves a una mujer corriendo con una agilidad y una sonrisa que contagian, no lo dudes. Es Elsa. La mujer que le reza a Dios por la mañana y le gana la carrera a la vaquilla por la tarde. Olvídate de "la monja torera", ella prefiere su nombre de guerra, el que le dio su gente. La única e irrepetible Sor Encierro.


© 2025 Ricard Fadrique

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