Dicen que Igea es “el pueblo de los motes” y, si hay una cuadrilla que lo confirma, ésa es La Pinchaita. El nombre (ojo: con “d” intercalada, como ellos insisten) nació de una anécdota con una “pinchadita” en Cervera, después de pasar por alias tan serios (o no) como la mano negra, la mafia o los petardos. Quince amigos, mayoría del 95-96, con Jesús como “cabeza pensante” y Horacio de presidente oficioso; tanto cariño le tienen al cargo que ya lo presentan como “futuro alcalde”.
Son de Igea de pura cepa. Fueron al cole aquí, se conocen cada piedra de la Calle Mayor y, aunque algunos vivan fuera, los fines de semana vuelven como el turrón. Su calendario social es sencillo: quedarse. Se juntan 12 o 13 del tirón para comer, charlar y mandar audios eternos al grupo. La logística es marca de la casa: todo a última hora. Y les funciona.
Profesionalmente, varios han subido a los “molinos” y trabajan en energía eólica. Ahora miran de reojo el boom de placas solares: que si cambian el paisaje, que si la sombra para el pasto, que si meter ganado para limpiar… conversación recurrente de sobremesa entre calderetes y patatas pochas del Rata (comprometido y rumbo al altar; el resto, con novia pero sin anillo).
Si algo les pierde son los encierros. Acumulan sustos como quien colecciona chapas: caídas, revolcones, alguna “cogida” seria y esa especie de cátedra taurina que son “los de la tablilla”, siempre eligiendo el mejor puesto. En la hemeroteca interna está también el capítulo caza: una noche Chema, Rata y Jesús se quedaron atascados dos veces con el coche en busca de conejos; lo arregló un vecino marroquí con un tractor y un “no os preocupéis” que aún celebran. Ventajas de cuadrilla: el presidente del coto es de la banda, y lo que sobra va a la bodega. Tradición bien entendida.
Deportivamente presumen con razón: tres estrellas de campeones y ocho trofeos más que custodian como si fueran de la Champions. Entre victoria y victoria, van sumando socios honoríficos: “el Careto”, “el Norris” y alguno más que se gana camiseta especial y hueco en la foto. Hubo tiempos de disfraces en el Día de la Mujer; hoy prefieren apartarse para no restar protagonismo.
“Que hablen bien o mal, pero que hablen”, resumen, señalando con sonrisilla que, “por ahí circula un tremendo vídeo de la soga”.
Y claro, en el pueblo de los motes, ellos traen la enciclopedia. Chicho (o txitxo) viene de un abuelo que, en tiempos duros, pedía “chicha, chicha”; Rata, heredado de “la ratona” de casa; Caracol, bautismo entre amigos por su parsimonia (“lento, con cuernos y baboso”, dicen, con confianza y cariño de cuadrilla). La lista sigue por algunos tienes varios motes: Porrú, Chatu, Chulín, Turuta, Pascual, Chijiro, Arévalo, Chiquito, Platero, Faisán, Pisoni, Chaparro, Volterito, Chema o Chemita, Caretacho, Caparro, Caracolito… un mapa emocional de Igea en formato apodo que cada uno reescribe a su manera.
No buscan fecha de fundación ni estatutos: La Pinchaita se explica viviendo. Improvisan, aparecen, se meten en líos pequeños y salen con una anécdota grande. Viven las fiestas como si no hubiera mañana y el pueblo como si siempre fuera hoy. Y tal vez ahí esté el secreto: en esa mezcla de amistad, tradiciones y sentido del humor, sin pasarse, que convierte cada quedada en capítulo y cada capítulo en una manera de decir Igea.
© 2025 Ricard Fadrique