Entre semana, se le suele ver en los hospitales Viamed de La Rioja, donde es coordinador de mantenimiento. Pero en cuanto puede, Víctor Navas cambia el ruido de las máquinas por el sonido de los cencerros en la Sierra de Alcarama. Allí, en los montes de Igea, comparte ganadería con su hijo Aarón, que ha tomado el relevo y gestiona el día a día de una explotación que mezcla tradición, innovación y mucha pasión.
“Soy ganadero de Igea”, se presenta, casi antes de hablar de su trabajo en los hospitales. Sus raíces vienen de la ganadería caprina familiar, pero su afición a los festejos populares le empujó hacia el ganado bravo y de carne: avileño negro ibérico, berrendo en colorado y en negro. Ese cóctel de campo y festejo terminó cristalizando en una idea que, con los años, se convirtió en marca propia: “Eventos trashumantes”.
Víctor recuerda que todo nació de una mezcla de necesidad y sueño: acercar el campo a la ciudad. A él no le bastaba con ver vacas y toros en las dehesas; quería que la gente de entornos urbanos sintiera lo que es un traslado de ganado “de los de antes”, con caballos, bueyes, toros y vacas ocupando las calles como si el reloj se hubiera detenido. Especialmente en la Comunidad Valenciana, donde encontró menos competencia, esa fórmula cuajó con fuerza.
«Eventos trashumantes nació de la pasión por las vacas y los caballos y de las ganas de enseñar que detrás de un toro hay mucho trabajo de campo», resume.
La empresa no tardó en llamar la atención del mundo audiovisual: rodajes de películas, anuncios, producciones para Epson de Estados Unidos, Bollywood o la televisión de Brasil. De repente, escenas que antes quedaban en los caminos de pueblo se colaban en pantallas de medio mundo. Pero para este igeano de 49 años, lo importante no eran las cámaras, sino las caras.
Cuenta, con ternura, las lágrimas de nostalgia de muchos mayores cuando veían pasar el ganado por ciudades donde ya casi nadie recuerda la trashumancia. También el asombro de quienes se encontraban, de sopetón, con toros de más de 600 kilos paseando por zonas urbanas sin una valla de por medio. “Eso imprime respeto —dice—, pero también una emoción que no se olvida”. En paralelo, Víctor empezó a impartir charlas sobre trashumancia y manejo de razas como el avileño o los berrendos en ferias tan importantes como la de Colmenar Viejo, en la Comunidad de Madrid.
Con el tiempo, y pese a que la Comunidad Valenciana se convirtió casi en su segunda casa, algo tiró más fuerte: su pueblo. Por amor a Igea, decidió fijar allí el centro de gravedad de su vida ganadera. El monte de la Sierra de Alcarama es duro, reconoce: terreno complicado, orografía exigente, bajas iniciales que duelen cuando cada animal es tiempo, dinero y cariño. Pero también vio claro que había un potencial enorme para la cría de ganado en la zona.
En esa “España vaciada” de la que tanto se habla, Víctor celebra casi como un milagro que su hijo Aarón haya decidido seguir la tradición. “Aquí nunca había habido una ganadería de vacuno como tal, y ahora la lleva mi hijo”, explica, con orgullo de padre.«En un pueblo donde muchos se van, que un joven monte la primera ganadería de vacuno es casi un acto de resistencia», dice, medio en broma, medio en serio.
El trabajo diario se reparte: agua por los distintos puntos, suplementos cuando la hierba escasea, pienso donde hace falta, revisiones constantes del estado del ganado y, por supuesto, cumplimiento estricto de las normativas de bienestar animal. No es un juego: hay controles, inspecciones y una responsabilidad clara. Para Víctor, la ganadería no es solo una actividad económica, sino una forma de vivir y de respirar fuera del estrés del hospital. La define como su vía de escape, su forma de “poner la cabeza en otro sitio”.
En la conversación surge una comparación que desmonta tópicos. Cuando se le pregunta qué es más complicado, si manejar ganado bravo o ganado manso, Víctor no duda: «A veces es más difícil manejar el manso que el bravo», confiesa.
El bravo, explica, suele estar más acostumbrado al manejo en espacios bien delimitados: vallados, corrales, manga… Es un tipo de trabajo muy concreto. El manso, en cambio, requiere horas y horas de llevarlo, traerlo, entrar y sacar de los corrales, acostumbrarlo al contacto, al movimiento, al manejo cotidiano. Es un trabajo de paciencia que no siempre se ve desde fuera.
El gran salto tecnológico en la ganadería familiar llega de la mano de Aarón. Él fue quien introdujo el vallado virtual: collares con geolocalización que permiten delimitar zonas de pastoreo sin necesidad de cercas físicas. Así, se organiza un pastoreo rotacional mucho más eficiente, se aprovechan mejor los recursos de la Sierra y se reduce el impacto en el terreno. Donde antes hacía falta clavar postes y tirar muchos metros de alambre, hoy basta con un mapa digital y unos dispositivos bien configurados.
«Con el vallado virtual hemos pasado de correr detrás del ganado a anticiparnos a dónde va a estar», resume Víctor, casi como si hablara de una revolución silenciosa.
Mientras tanto, Aarón no renuncia a otra de las pasiones familiares: también torea, se prepara, se tienta y busca su propio lugar en el mundo del toro. Lo compagina con la ganadería y con los planes de futuro: relanzar “Eventos trashumantes” más allá de la Comunidad Valenciana, abrir nuevos territorios y seguir creciendo con adquisiciones que refuercen la empresa.
Cuestionado por los sueños cumplidos, a Víctor se le escapa una sonrisa. Habla de su finca con plaza de toros, de sus eventos, de pastorear en el monte, incluso de detalles entrañables como su pinball, pequeño capricho que siempre quiso tener. “Yo ya he hecho casi todo lo que quería hacer”, admite, aunque enseguida matiza que siempre quedan retos, ideas por probar, caminos que recorrer con caballos y vacas delante.
En el fondo, su historia es la de alguien que nunca ha querido elegir entre dos mundos que a muchos les parecen opuestos: el hospital y el monte, la tecnología punta y las tradiciones de toda la vida. Víctor Navas Granados demuestra que se puede hablar de bienestar animal y geolocalización mientras se organizan encierros, trashumancias y charlas sobre razas autóctonas. Y que, en plena España vaciada, todavía hay jóvenes como Aarón dispuestos a coger el relevo, ponerse las botas y seguir escuchando, cada mañana, el sonido de los cencerros en la Sierra de Alcarama.